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I.G-V.
domingo, 10 de mayo de 2009
sábado, 25 de abril de 2009
Slumdog Millionaire
Imagínense que una niña de nueve años de un barrio paupérrimo de Bombay es elegida como protagonista de una superproducción de Hollywood que retrata la miseria de Bombay. Imaginen que la niña, interpretándose a sí misma, gana un Oscar. Cualquiera pensaría que el éxito de la película ayudaría a salir a la niña de la pobreza extrema, ¿verdad? Pues no. La niña ha hecho millonarios a los productores, y, una vez se apagaron los focos y desapareció el glamour, la devolvieron con sus harapos sucios al slum de Bombay. Esta es la verdadera historia de Rubina, la niña de Slumdog Millionaire.
Ahora ha dado la vuelta al mundo una desgarradora noticia: el padre de Rubina la pequeña actriz protagonista, ha intentado venderla por 224.700 euros, para sacarla de la miseria y mantener a su familia. Uno no sabe qué es más sangrante, que un padre venda a su propia hija o la mezquindad de quienes, después del taquillazo y el máximo galardón de Hollywood, permiten que esa niña siga en las cloacas. ¿No es eso explotación infantil pura y dura? ¿En qué mundo vivimos?
Aún hay más. La noticia del intento de venta ha sido destapada por un equipo de reporteros encubiertos de un programa televisivo británico, News of the World, que se hicieron pasar por un opulento jeque y su esposa para negociar con el padre la adopción ilegal de la niña a cambio de la cantidad citada. Lo grabaron con cámaras ocultas. Este escándalo mundial también ha resultado muy lucrativo para el programa, utilizando nuevamente a Rubina como cebo. Una nueva vuelta de tuerca: cómo explotar el escándalo de la explotación infantil de la India.
Creo que la última noticia, ante la magnitud del escándalo y a toro pasado, ha sido darle un pisito a la familia, en plan caritativo, para salvar los muebles, o la imagen, o la dignidad. Que no se diga que los millonarios no son espléndidos, sobre todo cuando ya se han cubierto de gloria.
De nuevo, la miseria de la realidad supera con mucho a la que exhibe la ficción cinematográfica. Ante esta noticia, uno siente repugnancia por el ser humano. Todos somos cómplices de la explotación de Rubina.
Ahora ha dado la vuelta al mundo una desgarradora noticia: el padre de Rubina la pequeña actriz protagonista, ha intentado venderla por 224.700 euros, para sacarla de la miseria y mantener a su familia. Uno no sabe qué es más sangrante, que un padre venda a su propia hija o la mezquindad de quienes, después del taquillazo y el máximo galardón de Hollywood, permiten que esa niña siga en las cloacas. ¿No es eso explotación infantil pura y dura? ¿En qué mundo vivimos?
Aún hay más. La noticia del intento de venta ha sido destapada por un equipo de reporteros encubiertos de un programa televisivo británico, News of the World, que se hicieron pasar por un opulento jeque y su esposa para negociar con el padre la adopción ilegal de la niña a cambio de la cantidad citada. Lo grabaron con cámaras ocultas. Este escándalo mundial también ha resultado muy lucrativo para el programa, utilizando nuevamente a Rubina como cebo. Una nueva vuelta de tuerca: cómo explotar el escándalo de la explotación infantil de la India.
Creo que la última noticia, ante la magnitud del escándalo y a toro pasado, ha sido darle un pisito a la familia, en plan caritativo, para salvar los muebles, o la imagen, o la dignidad. Que no se diga que los millonarios no son espléndidos, sobre todo cuando ya se han cubierto de gloria.
De nuevo, la miseria de la realidad supera con mucho a la que exhibe la ficción cinematográfica. Ante esta noticia, uno siente repugnancia por el ser humano. Todos somos cómplices de la explotación de Rubina.
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martes, 14 de abril de 2009
Lo que heredan nuestros hijos
Paradójicamente, en este año Darwin se está hablando mucho en los foros científicos especializados de su rival Lamarck, quien defendía que heredamos experiencias, y que, por poner un ejemplo, las jirafas tienen el cuello largo porque el esfuerzo de estirar el cuello para alcanzar las hojas altas, repetido a través de generaciones, ha facilitado descendencias de jirafas con el cuello progresivamente más largo. La teoría de Darwin se impuso por K.O. a la de Lamarck. ¡Y ahora resulta que los dos tenían razón!
En el colegio Montearagón de Zaragoza, del Opus, donde yo estudié (maldita la gracia) me explicaron que la teoría de la evolución había que creérsela, porque no se podía interpretar la Biblia de modo literal, pero que esta teoría no estaba reñida con el intervencionismo divino, sólo que la mano de Dios era demasiado sutil para ser percibida por la ciencia.
En la universidad comprendí que la evolución se realizaba sin mediación divina, tal y como lo expuso Darwin, y que mi descendencia iba a recibir la misma información genética con la que yo nací, y que ni mis progresos vitales ni mis experiencias los heredarían mis hijos. Defender lo contrario era “lamarckismo”, o sea, herejía.
Ahora se ha producido una auténtica revolución, un cambio de paradigma: la epigenética. Por un proceso llamado metilación se pueden silenciar o activar genes específicos en función de tus condiciones de vida, para facilitar tu adaptación, y estos cambios pueden reflejarse en las células germinales y pasar a la siguiente generación. Así que Lamarck tenía razón: ciertos caracteres adquiridos durante la vida sí pueden ser transmitidos a nuestros hijos. La dieta, el estilo de vida, las vivencias que experimentamos activan o inactivan genes de forma permanente. Muchos estudios han confirmado que estas modificaciones del ADN se pueden heredar. La trascendencia de este descubrimiento es enorme, pues la epigenética se ha convertido en la nueva esperanza para el tratamiento del cáncer, a través de la metilación de genes supresores de tumores y de los biomarcadores. Si usted fuma, sus hijos pueden heredar predisposición al cáncer.No hay determinismo genético: no estamos programados por el ADN. Somos libres, aunque ciertas experiencias educativas nos marcan, y algunas lecciones de malos maestros se olvidan.
En el colegio Montearagón de Zaragoza, del Opus, donde yo estudié (maldita la gracia) me explicaron que la teoría de la evolución había que creérsela, porque no se podía interpretar la Biblia de modo literal, pero que esta teoría no estaba reñida con el intervencionismo divino, sólo que la mano de Dios era demasiado sutil para ser percibida por la ciencia.
En la universidad comprendí que la evolución se realizaba sin mediación divina, tal y como lo expuso Darwin, y que mi descendencia iba a recibir la misma información genética con la que yo nací, y que ni mis progresos vitales ni mis experiencias los heredarían mis hijos. Defender lo contrario era “lamarckismo”, o sea, herejía.
Ahora se ha producido una auténtica revolución, un cambio de paradigma: la epigenética. Por un proceso llamado metilación se pueden silenciar o activar genes específicos en función de tus condiciones de vida, para facilitar tu adaptación, y estos cambios pueden reflejarse en las células germinales y pasar a la siguiente generación. Así que Lamarck tenía razón: ciertos caracteres adquiridos durante la vida sí pueden ser transmitidos a nuestros hijos. La dieta, el estilo de vida, las vivencias que experimentamos activan o inactivan genes de forma permanente. Muchos estudios han confirmado que estas modificaciones del ADN se pueden heredar. La trascendencia de este descubrimiento es enorme, pues la epigenética se ha convertido en la nueva esperanza para el tratamiento del cáncer, a través de la metilación de genes supresores de tumores y de los biomarcadores. Si usted fuma, sus hijos pueden heredar predisposición al cáncer.No hay determinismo genético: no estamos programados por el ADN. Somos libres, aunque ciertas experiencias educativas nos marcan, y algunas lecciones de malos maestros se olvidan.
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martes, 31 de marzo de 2009
La Iglesia y el lince
A la controversia suscitada en todo el mundo por las desafortunadas declaraciones del Papa sobre la ineficacia de los preservativos para combatir la pandemia del sida en África se ha unido en España una reacción de cierta crispación en muchos sectores por la llamada “campaña del lince” de la Conferencia Episcopal Española contra la futura ley del aborto.
Creo que todo esto ha resucitado el ya superado debate sobre el aborto y abierto otros no menos falsos, verbigracia, si el episcopado está en su derecho de expresar públicamente su postura y defenderla. Obviamente lo está, pues no viola el derecho de nadie y además le ampara la libertad de expresión. La cuestión de fondo es si, con independencia de nuestra posición ante el aborto y la ley de plazos, creemos que la constante injerencia del episcopado en la esfera pública y política beneficia o no nuestra democracia. Es obvio que la campaña del lince está creando una presión que moviliza a colectivos católicos, arma mucho ruido (que amplifican los medios) y es aprovechada por la oposición para criticar al gobierno como si hablara en nombre del pueblo que se manifiesta. Estoy convencido de que, honestamente, muchos que ven con malos ojos la futura ley del aborto pueden ver también con malos ojos esta forma de espiritualidad corporativizada que interfiere en la esfera pública y política, más allá del ámbito privado y personal. No es un signo de salud democrática que la Iglesia se haya convertido en un poder fáctico.
Este escenario está reavivando actitudes de un rancio anticlericalismo, resaca de odios de antaño, de aquella España de sotanas, varazos y censores que ya no existe. En este país hemos ido siempre detrás de un cura, a veces con un cirio y a veces con un garrote. Este es un capítulo superado de nuestra Historia y es hora de que la Iglesia desempeñe su función para los fieles y deje de arrogarse un rol doctrinario que no le corresponde. Existe una ley de plazos para casi todos los países de Europa, y si no ha de haberla en España, malo sería que fuera por las presiones de los obispos.
Creo que todo esto ha resucitado el ya superado debate sobre el aborto y abierto otros no menos falsos, verbigracia, si el episcopado está en su derecho de expresar públicamente su postura y defenderla. Obviamente lo está, pues no viola el derecho de nadie y además le ampara la libertad de expresión. La cuestión de fondo es si, con independencia de nuestra posición ante el aborto y la ley de plazos, creemos que la constante injerencia del episcopado en la esfera pública y política beneficia o no nuestra democracia. Es obvio que la campaña del lince está creando una presión que moviliza a colectivos católicos, arma mucho ruido (que amplifican los medios) y es aprovechada por la oposición para criticar al gobierno como si hablara en nombre del pueblo que se manifiesta. Estoy convencido de que, honestamente, muchos que ven con malos ojos la futura ley del aborto pueden ver también con malos ojos esta forma de espiritualidad corporativizada que interfiere en la esfera pública y política, más allá del ámbito privado y personal. No es un signo de salud democrática que la Iglesia se haya convertido en un poder fáctico.
Este escenario está reavivando actitudes de un rancio anticlericalismo, resaca de odios de antaño, de aquella España de sotanas, varazos y censores que ya no existe. En este país hemos ido siempre detrás de un cura, a veces con un cirio y a veces con un garrote. Este es un capítulo superado de nuestra Historia y es hora de que la Iglesia desempeñe su función para los fieles y deje de arrogarse un rol doctrinario que no le corresponde. Existe una ley de plazos para casi todos los países de Europa, y si no ha de haberla en España, malo sería que fuera por las presiones de los obispos.
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domingo, 15 de marzo de 2009
La culpa de la crisis
Se reúnen en la terraza cafetería del club de golf, con vistas al green. Departen sobre política. “El Dow Jones se desploma y el gobierno es inoperante”, se queja el especulador bursátil. El magnate de una compañía que perdió millones en el casino de la Bolsa tacha a Solbes de incompetente, mientras sorbe un dry martini. El propietario de seis viviendas culpa a Zapatero del parón en la construcción y la falta de un tejido productivo nacional. “Nunca se han preocupado de la economía porque confiaban en que el turismo era el maná”, afirma el dueño de una cadena hotelera en cabo de Gata, paladeando su gintonic. “Y luego el ministro tiene la desvergüenza de acusar a los bancos”, corrobora un directivo bancario cuyos activos han sido comprados por el Estado para evitar su devaluación. “¿Cómo pretenden mantener la economía si están destruyendo empleo a toda velocidad?”, refunfuña el directivo de Nissan que ha expulsado a centenares de trabajadores tras un año de inversiones temerarias. El propietario de dos coches Hammer se queja del precio del carburante y el banquero que concedió millones de préstamos hipotecarios sobre inmuebles sobrevalorados acusa al gobierno de la sobrevaloración de los inmuebles y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El banquero abre su iPhone, murmura “irresponsables” y chasquea los dedos al camarero. El especulador se levanta, ensaya su swing, y su golpe de muñeca le arranca un destello de plata a su Viceroy. Abren sus abultadas carteras de Hermes y Loewe para pagar la cuenta. Tras dejar una mísera propina, recuperan a sus mujeres donde las dejaron y se dirigen a sus flamantes coches en el aparcamiento, inquietos por un futuro adverso, en el que tendrían que trabajar para seguir acaparando dinero.
martes, 3 de marzo de 2009
Darwin, Dawkins y Dios
Darwin está de moda y Richard Dawkins, divulgador del darwinismo y activista ateo mundialmente conocido, también. Hace poco Dawkins era portada en El Mundo con una provocadora afirmación que vertía en una entrevista: “Dios tiene igual de posibilidad de existir que un unicornio”. Este tono categórico no es una virtud en un científico de talla. La falta de evidencias sobre esta cuestión aconseja una actitud más prudente: el agnosticismo. Sin embargo, Dawkins ha optado por convertirse en un provocador, desde una postura legítima, auque extrema. Me pregunto si un científico debe entrometerse en las creencias religiosas y promulgar el ateísmo en busca de un mundo mejor, y hacerlo en nombre de la ciencia.
Acabo de leer con mucho placer el libro de Dawkins “El espejismo de Dios” que es tan ameno como visceral, pretencioso y hostil a toda religión. No me extraña que se haya creado tantos enemigos, porque su actitud contiene un dogmático ensañamiento contra los dogmáticos del pensamiento opuesto al suyo. En su libro argumenta la falsedad de Dios desde los postulados de la ciencia (y es obvio que hay cierto desencuentro entre ciencia y religión), pero comete un craso error de lógica, al afirmar que Dios no existe porque no se han encontrado pruebas de su existencia. En realidad, la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Ni tampoco, claro, de presencia.
Le guste o no a Dawkins, Dios sigue siendo científicamente posible y compatible con el universo. Owen Gingerich, gran historiador de la astronomía y autor del libro “El universo de Dios”, defiende la existencia de un Dios creador como explicación a la complejidad del universo, cuyas leyes, y las constantes de la física –de las que también habla Dawkins, sin lograr refutarlas- están tan bien afinadas que no pueden ser fruto del azar. Este universo que ha hecho posible la emergencia de la vida y la conciencia es un hecho tan absolutamente improbable y singular que Dios sigue siendo una posible explicación, aunque no una explicación necesaria.
Muchos creyentes ven absurdo que trate de analizar a Dios desde la lógica, la física o las neurociencias, y afirman que Él sólo se manifiesta en la experiencia personal o espiritual. A mí, en cambio, me parece muy interesante el enfoque racionalista, que no se conforma con el argumento “es cuestión de fe”. Pero ante todo, Dios es y será para la ciencia una pregunta sin respuesta. No se aparecerá en el laboratorio. Y, Wittgenstein mediante, “de lo que no se puede hablar debemos callar”.
Acabo de leer con mucho placer el libro de Dawkins “El espejismo de Dios” que es tan ameno como visceral, pretencioso y hostil a toda religión. No me extraña que se haya creado tantos enemigos, porque su actitud contiene un dogmático ensañamiento contra los dogmáticos del pensamiento opuesto al suyo. En su libro argumenta la falsedad de Dios desde los postulados de la ciencia (y es obvio que hay cierto desencuentro entre ciencia y religión), pero comete un craso error de lógica, al afirmar que Dios no existe porque no se han encontrado pruebas de su existencia. En realidad, la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Ni tampoco, claro, de presencia.
Le guste o no a Dawkins, Dios sigue siendo científicamente posible y compatible con el universo. Owen Gingerich, gran historiador de la astronomía y autor del libro “El universo de Dios”, defiende la existencia de un Dios creador como explicación a la complejidad del universo, cuyas leyes, y las constantes de la física –de las que también habla Dawkins, sin lograr refutarlas- están tan bien afinadas que no pueden ser fruto del azar. Este universo que ha hecho posible la emergencia de la vida y la conciencia es un hecho tan absolutamente improbable y singular que Dios sigue siendo una posible explicación, aunque no una explicación necesaria.
Muchos creyentes ven absurdo que trate de analizar a Dios desde la lógica, la física o las neurociencias, y afirman que Él sólo se manifiesta en la experiencia personal o espiritual. A mí, en cambio, me parece muy interesante el enfoque racionalista, que no se conforma con el argumento “es cuestión de fe”. Pero ante todo, Dios es y será para la ciencia una pregunta sin respuesta. No se aparecerá en el laboratorio. Y, Wittgenstein mediante, “de lo que no se puede hablar debemos callar”.
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Ciencia y religión. Dawkins. Ateísmo.
miércoles, 25 de febrero de 2009
El robot
Los escritores de ciencia ficción vaticinaron para este siglo XXI la humanización del robot. Pecaron de optimistas: asistimos a una creciente "robotización" del ser humano.
Esto viene a cuento de que el otro día llamé a la compañía de luz. A través del teléfono me llegó una voz de máquina muy femenina:
-Si desea comunicarse mediante las teclas, pulse 1; si desea comunicarse oralmente, pulse 2.
Confiando en hablar con una persona viva, pulsé el 2. Pues bien, me salió otra grabación programada. Era una voz neutra, metálica:
-Exponga brevemente el motivo de su consulta.
Se lo conté al silencio, a un vacío tenebroso. No pude evitar sentirme estúpido. La voz volvió a sonar:
-Por favor, dígame su número de contrato de suministro.
Se lo di y a continuación me lo repitió cifra a cifra para verificarlo. Después me pidió el D.N.I. y otros datos. Al fin, me anunció que me atendería una operadora. Vi abrirse el cielo ante mí. Se puso la operadora:
-Buenos días, le atiende Verónica. ¿En qué puedo ayudarle?
¡Era otra grabación programada! ¡Inaudito! Presa de un mareante sentimiento de irrealidad, me encomendé a Groucho Marx y solté una de sus frases:
-¿Es usted millonaria? ¿Quiere casarse conmigo? Responda a la primera pregunta.
-Me temo no poder hacerlo, caballero -dijo. Y entonces comprendí que esta vez no era una grabación.
Glub, vaya apuro.
Esto viene a cuento de que el otro día llamé a la compañía de luz. A través del teléfono me llegó una voz de máquina muy femenina:
-Si desea comunicarse mediante las teclas, pulse 1; si desea comunicarse oralmente, pulse 2.
Confiando en hablar con una persona viva, pulsé el 2. Pues bien, me salió otra grabación programada. Era una voz neutra, metálica:
-Exponga brevemente el motivo de su consulta.
Se lo conté al silencio, a un vacío tenebroso. No pude evitar sentirme estúpido. La voz volvió a sonar:
-Por favor, dígame su número de contrato de suministro.
Se lo di y a continuación me lo repitió cifra a cifra para verificarlo. Después me pidió el D.N.I. y otros datos. Al fin, me anunció que me atendería una operadora. Vi abrirse el cielo ante mí. Se puso la operadora:
-Buenos días, le atiende Verónica. ¿En qué puedo ayudarle?
¡Era otra grabación programada! ¡Inaudito! Presa de un mareante sentimiento de irrealidad, me encomendé a Groucho Marx y solté una de sus frases:
-¿Es usted millonaria? ¿Quiere casarse conmigo? Responda a la primera pregunta.
-Me temo no poder hacerlo, caballero -dijo. Y entonces comprendí que esta vez no era una grabación.
Glub, vaya apuro.
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miércoles, 11 de febrero de 2009
¿Telepatía?
Esta semana sufrí un golpe en la sien con la puerta de un camión, al salir del trabajo, nada grave ni digno de contarse si no fuera porque en ese mismo instante, en mi casa, mi hijo pequeño le decía a su madre: “papá se ha hecho pupa en la cabeza” mientras se tocaba la sien. Cuando llegué a casa y mi mujer vio la herida dio por hecho que se había producido en presencia del niño, cuando lo llevaba a la guardería. Ahora no entendemos por qué simultáneamente a mi percance, el pequeño le dijo eso con apremiante insistencia y señaló el lugar exacto del golpe.
He leído un libro del polémico bioquímico británico Rupert Sheldrake sobre su teoría de la “mente extendida”. Con argumentos científicos defiende la existencia de fenómenos como la telepatía o la premonición. La mente no permanece encerrada en el cerebro –dice-, sino que se extiende al mundo que nos rodea y se interconecta con otras mentes por campos invisibles, semejantes a autopistas de información. Una teoría sugerente, aunque difícil de demostrar, que complace a quienes creen en los fenómenos paranormales cotidianos, como saber quién nos llama con sólo oír el timbre del teléfono, o sentir que alguien nos mira por detrás.
Yo siempre he sido un redomado escéptico y estoy francamente encantado con que por fin (¡ya era hora!) me haya ocurrido un expediente X. Es el momento de lanzar la pregunta (compases dramáticos de “El sexto sentido”): ¿Tienen los niños el don de la percepción extrasensorial? (compases a mayor volumen). ¿En ocasiones ven muertos?
El magnetismo de estas creencias es fuerte. “Bioenergías”, dicen unos. “Corrientes de conciencia”, dicen otros, como si supieran de lo que hablan.
Como no me explico por qué mi hijo hizo esa observación, me he sentado en la mesa de la cocina y me he puesto a contabilizar las veces que en estos últimos meses mi hijo ha hecho afirmaciones fuera de contexto que no se han correspondido con ningún hecho ni han resultado una premonición; afirmaciones de sucesos que sólo han sucedido en su imaginación, sin correspondencia alguna con la realidad. He calculado que podrían llegar al centenar. Si analizo este posible caso de premonición con el centenar de casos negativos, me sale una explicación clara: el azar. Alguna vez tenía que acertar. Pues bien, los aciertos nos asombran, mientras que los casos fallidos ni los tenemos en cuenta. Es como cuando suena el teléfono mientras nos estamos duchando, y como no es la primera vez que nos ocurre esta contrariedad, nos reafirma en la creencia de que “siempre nos llaman cuando estamos en la ducha”. Sin embargo, no contamos los casos en que el teléfono no suena cuando nos duchamos, porque obviamente no los recordamos. Muchos alegarán que el azar es una mala explicación para lo de mi hijo, y preferirían una teoría más sofisticada o glamourosa. No me importa. Mi hijo sigue siendo el mismo para mí, maravillosamente imaginativo e inteligente, sin un ápice de facultades “psíquicas”.
He leído un libro del polémico bioquímico británico Rupert Sheldrake sobre su teoría de la “mente extendida”. Con argumentos científicos defiende la existencia de fenómenos como la telepatía o la premonición. La mente no permanece encerrada en el cerebro –dice-, sino que se extiende al mundo que nos rodea y se interconecta con otras mentes por campos invisibles, semejantes a autopistas de información. Una teoría sugerente, aunque difícil de demostrar, que complace a quienes creen en los fenómenos paranormales cotidianos, como saber quién nos llama con sólo oír el timbre del teléfono, o sentir que alguien nos mira por detrás.
Yo siempre he sido un redomado escéptico y estoy francamente encantado con que por fin (¡ya era hora!) me haya ocurrido un expediente X. Es el momento de lanzar la pregunta (compases dramáticos de “El sexto sentido”): ¿Tienen los niños el don de la percepción extrasensorial? (compases a mayor volumen). ¿En ocasiones ven muertos?
El magnetismo de estas creencias es fuerte. “Bioenergías”, dicen unos. “Corrientes de conciencia”, dicen otros, como si supieran de lo que hablan.
Como no me explico por qué mi hijo hizo esa observación, me he sentado en la mesa de la cocina y me he puesto a contabilizar las veces que en estos últimos meses mi hijo ha hecho afirmaciones fuera de contexto que no se han correspondido con ningún hecho ni han resultado una premonición; afirmaciones de sucesos que sólo han sucedido en su imaginación, sin correspondencia alguna con la realidad. He calculado que podrían llegar al centenar. Si analizo este posible caso de premonición con el centenar de casos negativos, me sale una explicación clara: el azar. Alguna vez tenía que acertar. Pues bien, los aciertos nos asombran, mientras que los casos fallidos ni los tenemos en cuenta. Es como cuando suena el teléfono mientras nos estamos duchando, y como no es la primera vez que nos ocurre esta contrariedad, nos reafirma en la creencia de que “siempre nos llaman cuando estamos en la ducha”. Sin embargo, no contamos los casos en que el teléfono no suena cuando nos duchamos, porque obviamente no los recordamos. Muchos alegarán que el azar es una mala explicación para lo de mi hijo, y preferirían una teoría más sofisticada o glamourosa. No me importa. Mi hijo sigue siendo el mismo para mí, maravillosamente imaginativo e inteligente, sin un ápice de facultades “psíquicas”.
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domingo, 8 de febrero de 2009
¿La muerte del libro?
Un amigo mío adicto a las teconologías me confesó que ha calculado en 36.000 la cantidad de horas que le llevaría ver todas las películas y escuchar todos los discos que se ha bajado de internet. Suponiendo que se dedica a ello todos los días del resto de su vida a razón de cinco horas al día, veinte años después habría terminado. Este cálculo le ha deprimido, ya que comprende que, en lugar de seguir acumulando mercancía, debería ponerse a disfrutarla en los años venideros.
Otro colega me muestra, maravillado, el libro electrónico de Sony que trae de la feria de Frankfurt. La luz no se proyecta desde la pantalla, sino que, como el papel, necesita la reflexión de la luz, de modo que no se cansa la vista. La tinta electrónica tiene “efecto papel” y la pantalla es de granulado táctil. En su interior guarda 840 novelas, y me asegura que caben dos mil más. Mi amigo lee un par de novelas al año, tal vez espera ser más longevo que Noé. Pero le maravilla poder guardar tres mil novelas en su juguetito.
Me llega un mensaje de mi editorial preguntándome si doy licencia a Google Books para colgar en su web fragmentos de mis novelas. ¡Permiso denegado! Sé que todos acabaremos perdiendo los pocos derechos que nos quedan, condenados al top manta, seremos reformateados y pirateados en e-books, y comprimidos en archivos PDF, y desterrados de las librerías, que desaparecerán, o se parecerán a un pabellón de Expo Zaragoza. Nuestra vida digital tendrá la brevedad de una cucaracha, nos repartirán cual calderilla por la Red y nos canjearán por discos de Madonna. Estamos perdiendo el control de las tecnologías, deshumanizando el arte y trivializando la cultura, y si el libro de papel desaparece, no habrá réquiem que nos consuele de tan triste pérdida.
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Trampas retóricas de políticos
Los políticos mienten, todos lo sabemos, pero ignoramos los sutiles mecanismos por los que la mayoría de sus mentiras consiguen ser persuasivas. No sería así si fuéramos más duchos en detectar las artimañas retóricas, los sofismas, las falacias lógicas. Necesitaríamos un mecanismo mental que pitara cada vez que nos intentan colar una. A falta de un análisis crítico e imparcial, los periodistas de cada medio se limitan al filtrado ideológico: tomar de la mentira lo que a cada uno conviene, para el consumo del respetable. ¿Es posible en España un análisis imparcial, sin posicionamiento político? ¿En qué medio encontrarlo?
Un ejemplo claro de falacia retórica es la pregunta trampa: aquella que no admite escapatoria: si el interpelado responde, incurre en debilidad y si omite responder, refleja ocultamiento y culpabilidad. Un caso actual: el PP en el Congreso: “señor presidente: ¿cuánto costaron sus vacaciones en Doñana?” Obviamente, el gobierno elude dar una cifra (estaría bueno tener que justificar todos los gastos de residencia oficial y de seguridad del Gobierno, cada vez que a la oposición se le antoje pedirlos). Como el gobierno no responde, inferimos erróneamente que es un gasto exorbitante, un despilfarro imperdonable, en plena crisis, y qué fácil es, a partir de aquí, culpar al gobierno de las estrecheces económicas que padecemos. Pues bien, téngase en cuenta que Doñana no es Palm Beach, y que estos gastos son una cifra insignificante en el contexto de los presupuestos del Estado; la proporción es ínfima. Con una pregunta así y sin argumentos, el PP consigue que muchos ciudadanos crean que Zapatero, por sus gastos privados, es el causante directo de la crisis. Pura demagogia.
Otra falacia típica es la de dar una información incompleta.
El Govern afirma: “el derecho a estudiar en español está garantizado”. ¿Cómo lo garantizan? Esto no lo dicen: poniendo a un niño un traductor simultáneo en clase. ¿Se imaginan 25 horas semanales de traducción simultánea? Obviamente, casi ningún padre lo pide. Así se lo ahorran.
Un ejemplo claro de falacia retórica es la pregunta trampa: aquella que no admite escapatoria: si el interpelado responde, incurre en debilidad y si omite responder, refleja ocultamiento y culpabilidad. Un caso actual: el PP en el Congreso: “señor presidente: ¿cuánto costaron sus vacaciones en Doñana?” Obviamente, el gobierno elude dar una cifra (estaría bueno tener que justificar todos los gastos de residencia oficial y de seguridad del Gobierno, cada vez que a la oposición se le antoje pedirlos). Como el gobierno no responde, inferimos erróneamente que es un gasto exorbitante, un despilfarro imperdonable, en plena crisis, y qué fácil es, a partir de aquí, culpar al gobierno de las estrecheces económicas que padecemos. Pues bien, téngase en cuenta que Doñana no es Palm Beach, y que estos gastos son una cifra insignificante en el contexto de los presupuestos del Estado; la proporción es ínfima. Con una pregunta así y sin argumentos, el PP consigue que muchos ciudadanos crean que Zapatero, por sus gastos privados, es el causante directo de la crisis. Pura demagogia.
Otra falacia típica es la de dar una información incompleta.
El Govern afirma: “el derecho a estudiar en español está garantizado”. ¿Cómo lo garantizan? Esto no lo dicen: poniendo a un niño un traductor simultáneo en clase. ¿Se imaginan 25 horas semanales de traducción simultánea? Obviamente, casi ningún padre lo pide. Así se lo ahorran.
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