miércoles, 11 de febrero de 2009

¿Telepatía?


Esta semana sufrí un golpe en la sien con la puerta de un camión, al salir del trabajo, nada grave ni digno de contarse si no fuera porque en ese mismo instante, en mi casa, mi hijo pequeño le decía a su madre: “papá se ha hecho pupa en la cabeza” mientras se tocaba la sien. Cuando llegué a casa y mi mujer vio la herida dio por hecho que se había producido en presencia del niño, cuando lo llevaba a la guardería. Ahora no entendemos por qué simultáneamente a mi percance, el pequeño le dijo eso con apremiante insistencia y señaló el lugar exacto del golpe.
He leído un libro del polémico bioquímico británico Rupert Sheldrake sobre su teoría de la “mente extendida”. Con argumentos científicos defiende la existencia de fenómenos como la telepatía o la premonición. La mente no permanece encerrada en el cerebro –dice-, sino que se extiende al mundo que nos rodea y se interconecta con otras mentes por campos invisibles, semejantes a autopistas de información. Una teoría sugerente, aunque difícil de demostrar, que complace a quienes creen en los fenómenos paranormales cotidianos, como saber quién nos llama con sólo oír el timbre del teléfono, o sentir que alguien nos mira por detrás.
Yo siempre he sido un redomado escéptico y estoy francamente encantado con que por fin (¡ya era hora!) me haya ocurrido un expediente X. Es el momento de lanzar la pregunta (compases dramáticos de “El sexto sentido”): ¿Tienen los niños el don de la percepción extrasensorial? (compases a mayor volumen). ¿En ocasiones ven muertos?
El magnetismo de estas creencias es fuerte. “Bioenergías”, dicen unos. “Corrientes de conciencia”, dicen otros, como si supieran de lo que hablan.
Como no me explico por qué mi hijo hizo esa observación, me he sentado en la mesa de la cocina y me he puesto a contabilizar las veces que en estos últimos meses mi hijo ha hecho afirmaciones fuera de contexto que no se han correspondido con ningún hecho ni han resultado una premonición; afirmaciones de sucesos que sólo han sucedido en su imaginación, sin correspondencia alguna con la realidad. He calculado que podrían llegar al centenar. Si analizo este posible caso de premonición con el centenar de casos negativos, me sale una explicación clara: el azar. Alguna vez tenía que acertar. Pues bien, los aciertos nos asombran, mientras que los casos fallidos ni los tenemos en cuenta. Es como cuando suena el teléfono mientras nos estamos duchando, y como no es la primera vez que nos ocurre esta contrariedad, nos reafirma en la creencia de que “siempre nos llaman cuando estamos en la ducha”. Sin embargo, no contamos los casos en que el teléfono no suena cuando nos duchamos, porque obviamente no los recordamos. Muchos alegarán que el azar es una mala explicación para lo de mi hijo, y preferirían una teoría más sofisticada o glamourosa. No me importa. Mi hijo sigue siendo el mismo para mí, maravillosamente imaginativo e inteligente, sin un ápice de facultades “psíquicas”.

3 comentarios:

  1. Si lo hubieras podido documentar, igual podrías ganar un millón de dólares. Por mucho que tu excepticismo galopante te tranquilice con el azar, en el fondo sabes que puede (podría) haber algo más, ¿o no? Un abrazo. Raúl.

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  2. Estupenda entrada, te agrego a mi lista de blogs. Un saludo, Javier.

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  3. Para mí la explicación es química: la que existe entre tu hijo y tú. Él lleva tus genes, lo que afecta a la parte física. Pero también implica a la parte psíquica, a los sentimientos. Es inevitable.
    Saludos, Marisa

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